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El Coleccionista de Insultos

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Cerca de Tokio vivía un gran samurai, ya anciano, que se dedicaba a enseñar el budismo zen a los jóvenes.

A pesar de su edad, corría la leyenda de que era capaz de vencer a cualquier adversario.

Cierto día un guerrero conocido por su total falta de escrúpulos pasó por la casa del viejo. Era famoso por utilizar la técnica de la provocación: esperaba que el adversario hiciera su primer movimiento, y, gracias a su inteligencia privilegiada para captar los errores, contraatacaba con velocidad fulminante.

 

El joven e impaciente guerrero jamás había perdido una batalla.

 

Conociendo la reputación del viejo samurai, estaba allí para derrotarlo y aumentar aún más su fama.

 

Los estudiantes de zen que se encontraban presentes se manifestaron contra la idea, pero el anciano aceptó el desafío.

Entonces fueron todos a la plaza de la ciudad, donde el joven empezó a provocar al viejo:

Arrojó algunas piedras en su dirección, lo escupió en la cara y le gritó todos los insultos conocidos, ofendiendo incluso a sus ancestros.

Durante varias horas hizo todo lo posible para sacarlo de sus casillas, pero el viejo permaneció impasible. Al final de la tarde, ya exhausto y humillado, el joven guerrero se retiró de la plaza.

 

Decepcionados por el hecho de que su maestro aceptara tantos insultos y provocaciones, los alumnos le preguntaron:

 

-¿Cómo ha podido soportar tanta indignidad? ¿Por qué no usó su espada, aun sabiendo que podría perder la lucha, en vez de mostrarse como un cobarde ante todos nosotros?

 

El viejo samurai repuso:

 

-Si alguien se acerca a ti con un regalo y no lo aceptas, ¿a quién le pertenece el regalo?

-Por supuesto, a quien intentó entregarlo -respondió uno de los discípulos.

 

-Pues lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos añadió el maestro-. Cuando no son aceptados, continúan perteneciendo a quien los cargaba consigo.

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EL SUEÑO DE LOS TRES ARBOLES

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En la cumbre de una montaña, tres arbolitos soñaban lo que les gustaría ser cuando cuando fueran grandes.

El primero suspiró y dijo mirando las estrellas: -A mí me gustaría estar siempre repleto de oro y piedras preciosas. Yo seré un baúl donde guardarán los tesoros más preciosos.

El segundo arbolito miró un arroyo que corría cerca de sus pies y dijo: -Yo deseo viajar por los océanos y llevar reyes y ejércitos gloriosos sobre mí. Seré un barco majestuoso.

El tercero miró hacia el valle que estaba al pie de la montaña y al ver a los hombres y mujeres trabajando con esmero, dijo: -Yo no quiero alejarme nunca de la cumbre de esta montaña. Quiero crecer y crecer, hasta convertirme en el árbol más alto del mundo, para que, cuando los hombres y las mujeres me miren, levanten sus ojos al cielo y piensen en Dios.

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El bordado de Dios.

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Cuando yo era pequeño, mi mamá solía coser mucho. Yo me sentaba cerca de ella y le preguntaba qué estaba haciendo. Ella me respondía que estaba bordando.
Yo observaba el trabajo de mi mamá desde una posición más baja que donde estaba sentada ella, así que siempre me quejaba diciéndole que desde mi punto de vista lo que estaba haciendo me parecía muy confuso.

Ella me sonreía, miraba hacia abajo y gentilmente me decía: “Hijo, ve afuera a jugar un rato y cuando haya terminado mi bordado te pondré sobre mi regazo y te dejaré verlo desde mi posición”.

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El rabino que subio más alto

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Había una vez un rabino que tenía fama de santo. La gente vivía intrigada porque todos los viernes desaparecía sin que nadie supiera a dónde iba.
Dada su bondad y buen nombre, comenzó a correr el rumor de que, en esas ausencias de los viernes, iba a entrevistarse con el Todopoderoso.
Para salir de dudas, encargaron a alguien que siguiera secretamente al rabino y averiguara a dónde iba.
El viernes, el «espía» siguió al rabino a las afueras de la ciudad y hora y media después, cuando sus piernas ya flaqueaban de cansancio porque los pasos del rabino eran muy vigorosos, descubrió que este se disfrazaba de campesino y, así vestido, entraba en un rancho miserable donde se dedicaba a atender a una mujer no creyente que estaba paralítica.

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EL REY BUENO

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Había un rey sincero y bueno que gobernaba al país con justicia y con bondad. En vez de vivir encerrado en su palacio, solía recorrer los confines de su reino, para observar los problemas y tratar de ayudar a la gente. Si veía que sus súbditos estaban alegres, su corazón saltaba de gozo.

Pero el buen rey se estaba poniendo viejo y tenía que entregar el reinado a uno de sus cuatro hijos. Ellos querían mucho a su padre y el rey los amaba a todos por igual. Por eso, no le era fácil decidir quién sería su heredero. Entonces, se le ocurrió conversar individualmente con cada uno de ellos para detectar cuál tenía las mejores cualidades para ser un buen rey. Los convocó frente a su despacho e hizo pasar primero a Juan, su hijo mayor.

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La Niña que quería conocer a Dios

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Había una vez una niña que quería ver a Dios.

Lo buscaré y lo encontraré.

Un día, la niña tomó su mochila de ir a la escuela, la llenó con refrescos y pasteles, y salió a jugar al parque.

Un abuelo estaba sentado en un banco del parque echándoles migas de pan a las palomas.

-Hola.

-Hola, niña. ¿Cómo te llamas?

– Lucía.

-Lucía, qué nombre tan lindo. Ven, siéntate conmigo. Tenemos que dar de comer a las palomas.

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EL PAIS DE LAS MULETAS

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En un lejano país, un rey salió a combatir al frente de sus soldados y, en el fragor de la pelea, le hirieron gravemente en uno de sus muslos, se le gangrenaron las heridas y, para salvarle la vida, tuvieron que cortarle la pierna. Regresó a su reino y, para poder caminar, fue necesario que se ayudara en unas muletas. Para solidarizarse con su rey, su Primer Ministro comenzó a caminar él también apoyado en unas muletas a pesar de tener sus dos piernas en perfectas condiciones. Pronto, comenzaron a imitarles los muchos arribistas y jaladores que nunca faltan, y a los pocos días, casi toda la población de aquel país andaba con muletas.

Con el tiempo las muletas pasaron a ser símbolo de distinción y jerarquía: Los ricos las hacían con las maderas más finas y les incrustaban joyas y piedras preciosas, los comerciantes se apresuraron a montar varias fábricas de muletas y a vocear sus ventajas funcionales, comenzaron a ser despreciados y tenidos por bárbaros los que todavía caminaban sin muletas, y muy pronto en las escuelas se empezó a dar clases de cómo caminar con muletas, barnizarlas y cuidarlas.

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EL ABETO INCONFORME

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Había un abeto, joven y elegante, que vivía infeliz en el bosque. Los niños pensaban que era muy bello y les encantaba jugar con él, pero el abeto sólo pensaba en crecer rápido; quería ser un árbol grande para que lo convirtieran en el mástil de un barco y así recorrer el mundo y visitar muchos países. Después, si se cansaba, le gustaría ser un gigantesco árbol de navidad que lleno de colorido y luces, colocarían en una plaza grandiosa para que todo el mundo lo admirara. Siempre insatisfecho, era incapaz de escuchar las canciones de los pájaros y no lograba disfrutar con las caricias de la brisa, del sol y de la lluvia. Sólo deseaba que lo cortaran y se lo llevaran, para así huir de esa monotonía., ¡Cómo sufría el infeliz cuando veía que se llevaban a otros árboles del bosque, sin duda menos hermosos y esbeltos que él! .

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EL ARBOL DE LOS PROBLEMAS

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Aquel día había resultado especialmente desafortunado al carpintero que la buena señora había contratado para que le ayudara a reparar una vieja granja. La cortadora eléctrica se había empeñado en no funcionar y ahora, cuando ya anochecía, el viejo camión no quería arrancar.

-Yo lo llevo en mi carro hasta su casa -se ofreció amablemente la señora. Casi no se cruzaron una sola palabra a lo largo de todo el camino. El rostro del hombre era una estampa de desánimo y cansancio. Sin embargo, cuando llegaron, sonrió penosamente e invitó a la señora a que entrara un momento en su casa para que conociera a la familia.

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EL SECRETO DE LA FELICIDAD

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Un hombre mandó a su hijo con el más sabio de los hombres, para que aprendiera el secreto de la felicidad. El pequeño joven estuvo durante 40 días en el desierto, hasta que encontró un enorme castillo, en lo alto de una montaña. En ese lugar vivía el sabio que estaba buscando.
Pero el niño no encontró exactamente lo que esperaba. Entró y vio una sala con mercaderes que entraban y salían, personas charlando y un orquesta pequeña que tocaba para los visitantes. Una mesa repleta de los mas sabrosos manjares de aquella región. El sabio hablaba con todos, así que el niño tuvo que esperar 2 horas para que lo atendiera.

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