¿Esta mi nombre escrito ahi?

“No entrará en ella ninguna cosa Impura o que haga abominación y mentira, sino solamente los que están Inscritos en el libro de la vida del Cordero” (Apoc. 21:27).

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En un reciente viaje desde Fayetteville (Carolina del Norte) hasta Oakland (California), mi esposo y yo teníamos planeadas unas vacaciones de Navidad con nuestros hijos y nietos, antes de visitar a mi madre y mis familiares en Ohio. Hicimos cuidadosamente las maletas. En lugar de un monedero, me puse un estuche alrededor del cuello, para llevar nuestras tarjetas médicas y de identidad junto con el dinero en metálico.

Mis prótesis de rodillas activaron el timbre de seguridad en el control del aeropuerto. Un funcionario me pidió que me quitara el estuche que me colgaba del cuello. Luego, se concentró en mi esposo. Otro agente me hizo una radiografía, para confirmar que yo en verdad tengo rodillas artificiales. Finalmente, nos dijeron que podíamos entrar en el área protegida de salidas y llegadas.

Aunque tanto mi esposo como yo tenemos problemas de salud, queríamos viajar de todos modos. No nos importaba tener que atravesar los controles de seguridad. Sabíamos que el estar con nuestros seres queridos compensaría las incomodidades y los inconvenientes del viaje.

Después de unas semanas disfrutando con la familia, llegó la hora de regresar a casa. Mientras volvíamos a hacer las maletas, no lográbamos encontrar el estuche de seguridad con nuestras tarjetas médicas y de identidad.

Lo buscamos desesperadamente. Sin nuestros nombres en los documentos oficiales, no teníamos manera alguna de tomar el avión ni de llegar a casa. Sin nuestros permisos de conducir, ¿cómo podríamos demostrar nuestra identidad? “Padre”, oré, “sé que tú tienes un plan B. Muéstranoslo”.

Nos enteramos de que podíamos confirmar nuestra identidad de otro modo. Nuestro banco tenía copias de nuestros permisos de conducir y nos las envió por fax. Después de efectuar varias llamadas telefónicas a la compañía aérea, pudimos confirmar nuestras reservas para el regreso.

Una vez más, un agente de seguridad nos puso aparte en el aeropuerto. Su supervisor se aproximó a nosotros y nos preguntó: “¿Siguen ustedes alguna medicación? Si es así, necesito ver los envases con sus nombres en ellos”. Cuando leyó nuestros nombres en los frascos, nos dejó pasar.

Como en ese viaje, estoy dispuesta a soportar cualquier inconveniente en mi camino hacia el cielo. En la mañana de la resurrección, quiero poder levantarme y entrar en el Reino con mi Señor, porque él habrá escrito mi nombre en el Libro de la Vida del Cordero.

Betty Glover Perry

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