Mi esposa la avariciosa

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“Mientras cantaban y bailaban, las mujeres repetían: ‘Mil hombres mató Saúl, y diez mil mató David’.

Esto le molestó mucho a Saúl, y muy enojado dijo:

‘A David le atribuyen la muerte de diez mil hombres, y a mí únicamente la de mil. ¡Ya solo falta que lo hagan rey!’” (1 Samuel 18:7,8).

Era uno de esos maravillosos momentos en los que llegaba a casa y me envolvía un olor extraordinario. Esa noche en particular, fue el rico aroma de unas enchiladas que había en el horno. Vi a mi esposa batiendo afanosamente un cuenco de guacamole. ¡Aguacates! Me disponía a untar un trozo de tortilla de maíz cuando, en broma, me golpeó la mano. Así que me retiré y esperé a que las enchiladas terminaran de cocinarse. Mi esposa es una apasionada de la comida, le encanta tanto comerla como cocinarla, así que estoy un poco malcriado. Sin embargo, su amor por la cocina y su amor por la comida han engendrado una característica muy mala: la avaricia. Cuando todo estuvo listo, me serví un montón de guacamole.

Entonces, noté cómo mi esposa me miraba de reojo, pero no le di importancia. Me seguí sirviendo ensalada, enchiladas, salsa y crema, y luego fui a servirme más guacamole, pero ella me golpeó de nuevo. La miré y vi una bestia feroz sosteniendo un cuchillo: “¡Ya has comido demasiado! ¡Esto es para ti y esto es para mí!” dijo, dividiendo el guacamole con el cuchillo en dos partes desiguales (quedándose ella con la porción más generosa para igualar mi ración). Me di cuenta de que no solo me había casado con una cocinera maravillosa, sino también con una extraña criatura que observaba con avidez cuánta comida le quitaba.

El rey Saúl tenía cierto parecido. Por aquel entonces, Saúl y David habían luchado juntos en muchas batallas y su fama se había extendido por todo el reino. El pueblo se alegró cuando regresaron victoriosos, y pregonaron que Saúl había matado a mil y David a diez mil. Eso hirió el orgullo de Saúl. Aquel sentimiento pronto se convirtió en envidia y, finalmente, degeneró en odio a su fiel servidor. Saúl comenzó a conspirar para matarlo pero, como no se decían nada entre ellos, todo parecía ir bien. Los celos pueden arraigarse profundamente y la mejor manera de no dejarlos crecer es, primero, orar y, después, hablarlo abiertamente. No dejes que esos sentimientos crezcan más o tendrás que vértelas con tu propio monstruo avaricioso.

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FUSIÓN                   

Melissa y Greg Howell

Un punto de encuentro entre tú y Dios

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