Pecados encubiertos

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“Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado” (Salmo 325).

Jim Bakker había hecho una carrera meteórica como evangelista de televisión.

En poco tiempo, había pasado de trabajar en un restaurante a trabajar en la cadena televisiva de Pat Robertson en “El Club 700”. Después de comenzar su propio programa, “El Club PTL”, llegó a tener más de 12 millones de televidentes y a ser emitido en más de cien cadenas de televisión. Para ese entonces, había comprado un satélite para transmitir sus programas las 24 horas en Estados Unidos, y recibía por parte de los televidentes más de un millón de dólares semanales para sus proyectos.

Luego de una serie de irregularidades, un periódico local llevó a cabo una investigación que condujo al procesamiento legal de Bakker. Además de cometer fraude hacia miles de espectadores sobrevendiendo estadías en su parque temático, se comprobó que se había quedado con unos 3,5 millones de dólares de las donaciones que había recibido para diversos proyectos evangelizadores.

Finalmente, el 19 de marzo de 1987, luego de que se comprobara que había pagado a una mujer para que no lo denunciara por violación, renunció a su programa de televisión. Su carrera se había esfumado tan rápido como una estrella fugaz, luego de que se comprobara la doble vida que había llevado durante los últimos años.

Lo más triste es que el de Bakker no ha sido el único caso de doble vida entre los grandes teleevangelistas (quizá el de Jimmy Swagart sea el más recordado).

La combinación de sexo, dinero y poder fue fatal para aquellos que, de repente, se vieron rodeados de una fama sin precedentes para un ministro del evangelio.

En determinado momento, hubo una disociación entre su “trabajo” (predicar el evangelio) y su vida personal. En lugar de llevar una vida íntegra, en la que los principios bíblicos se vieran reflejados en cada ámbito de su vida, mostraban una careta pública para ocultar su verdadero rostro inmoral.

Pero no levantemos nuestro dedo acusador tan rápido. ¿Cuántas veces hemos hecho lo mismo, solo que a una escala pública mucho menor? ¿Cuántas veces hemos aparentado ser cristianos cuando, en realidad, nuestro corazón y nuestros pensamientos están en el bando opuesto? ¿Cuántas veces hemos ocultado nuestro pecado tras un manto de piedad?

El salmista David logró salir de ese círculo vicioso. Confesó su pecado y corrigió su conducta. Quizá sea hora de que hagamos lo mismo. De lo contrario, corremos el riesgo de terminar como Bakker. MB

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UN DÍA HISTÓRICO

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