“Dios no es como los mortales: no miente ni cambia de opinión. Cuando él dice una cosa, la realiza. Cuando hace una promesa, la cumple” (Números 23:19).
La broma más cruel que le he hecho a mi hermano Russell fue decirle que tenía una hermana gemela idéntica a él que había sido enviada a China. Había una foto de él con un ahito colgada en el pasillo, y en esa foto él tenía el pelo largo como de niña. Sinceramente, parecía una niña. Cuando un día nos preguntó quién era la niña de la foto, no pude resistirlo. “¿Esa? -respondí con naturalidad-, “es tu hermana gemela, Susan”.
“¡¿Tengo una hermana gemela?! -exclamó-. ¿Pero dónde está?” “Verás, tiene una enfermedad -me inventé yo-, Y como nos avergonzábamos de ella, la enviamos al otro extremo del mundo, a China”. Mi hermano estaba desolado. Pasaron días y semanas. A veces, lo veía en el pasillo mirando con tristeza la foto. Un día lo vi sollozando, en el suelo, acunando la foto en su regazo y repitiendo:” ¡Te quiero, Susan! ¡Vuelve a casa!” Años más tarde, Russell me confesó que no supo la verdad hasta que estaba en la secundaria. Se dio cuenta de que le había mentido porque escuchó a mamá en el pasillo frente a la foto, diciendo: “Russell, echo de menos tus rizos”.